¿Cómo acabar con los miedos de mi hijo?
Los miedos forman parte de nuestra estructura emocional y son tan necesarios que, gracias a muchos de ellos, hemos sobrevivido hasta hoy. Todos los seres humanos, sin excepción, hemos sentido y convivido con diferentes miedos, unos más racionales y otros más irracionales.
En el caso de los más pequeños, encontramos diferentes tipos de miedos. Muchos de ellos tienen un carácter evolutivo y casi siempre desaparecen de forma espontánea, por lo que no es necesario darles demasiada importancia.
Sin embargo, a veces las acciones de los padres o educadores pueden resultar perjudiciales porque mantienen esos miedos que de otra manera, quizás se habrían esfumado para siempre.
Los padres y educadores no han de sentirse culpables por ello, ya que los hijos no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo y a veces, por amor, por proteger y por librarnos de rabietas o llantos, tomamos decisiones equivocadas.
Si tienes un hijo o hija que está sufriendo de miedos como por ejemplo, la fobia a la oscuridad, a los extraños o a los animales y estos miedos ya no se ajustan a su edad, te recomendamos seguir leyendo esta interesante información que Grupo Eudermic te presenta.
¿Cómo se adquieren y se mantienen los miedos?
La genética juega un importante papel cuando de miedos se trata y es un factor que como ya sabemos, no podemos modificar. Con todo, existen otros factores incluso de más relevancia que la propia genética que si son susceptibles de cambiar y en los cuales los padres pueden ejercer un buen trabajo.
Aprendizaje vicario y modelado
Los niños tienden siempre a imitar lo que ven en casa ya que los padres son, en un primer momento, las personas más importantes que tienen en sus vidas, son sus referentes. Por lo tanto, si los padres muestran síntomas de miedos o son personas ansiosas, los niños tenderán a aprender este comportamiento, entenderán que hay algo que temer.
Además, en situaciones de incertidumbre los niños siempre buscan las reacciones paternas para obtener información y si los padres actúan con miedos exagerados será más probable que nuestro hijo se convierta en una persona ansiosa que si los padres actúan con más calma.
Información negativa
Muchas veces, sin darnos apenas cuenta, hablamos con otros delante de nuestros hijos y en esas conversaciones se incluyen mensajes que ellos escuchan igualmente, aunque no estén dirigidos a ellos.
Si a nosotros, nos dan miedo los perros en general porque un día tuvimos una experiencia en la que nos sentimos amenazados por alguno, no lo proyectemos sobre nuestro hijo diciéndole ¡no te acerques que te muerde! o ¡cuidado que viene un perro por ahí! Si hacemos esto, les estamos mandando mensajes negativos y amenazantes sobre estímulos que a priori no tienen por qué serlo.
Aprendizaje directo por mala experiencia
Otras veces, los niños aprenden a tenerle miedo a algún estímulo particular porque han sufrido una mala experiencia con él. Hay niños que tienen miedo de ahogarse porque una vez se atragantaron con una espina de un pescado que dificultó su respiración o miedo a los médicos porque alguno le hizo daño sin intención al ponerle una inyección.
Condicionamiento clásico y operante
Aprender a tenerle miedo a algo por un procedimiento de condicionamiento clásico es lo más común, siendo igual de habitual que este temor se mantenga por condicionamiento operante. Expliquemos un poco más como funcionan los condicionamientos.
Si un niño ha tenido una mala experiencia con algún estímulo, cosa, animal o persona porque en ese momento se sintió amenazado, ocurrirá que el solo hecho de ver, oler, tocar o escuchar una característica de ese estímulo o bien algo que se le parezca hará que se vuelva a sentir amenazado, con todos los síntomas fisiológicos tan desagradables que ello conlleva.
Pero si además, como padres, sobre-protegemos cuando esto ocurre, lo reforzamos o le ayudamos a huir de ello, lo que haremos es mantener esos miedos y será mucho más complicado que el niño los supere.
¿Qué debo hacer, como padre, con los miedos de mi hijo?
Existen varios pasos que son fundamentales de seguir al pie de la letra y sin rendirnos a mitad de camino, si es que queremos ayudar a nuestro hijo a librarse de sus miedos irracionales.
Exposición gradual
La exposición gradual ha demostrado ser el tratamiento más eficaz contra los miedos y fobias, tanto en niños como en adultos. Pero en el caso de los niños normalmente el tratamiento funciona mejor ya que aprenden a un nivel mucho más acelerado.
La exposición funciona por mecanismos fisiológicos -como es la habituación a la respuesta de ansiedad- y cognitivos -como es el aprendizaje de nuevas creencias sobre el estímulo que le genera miedo al niño-. Por otro lado, aumentaremos el poder de la exposición si esta se realiza con más niños, ya que el aprendizaje vicario ayuda muchísimo a la consolidación de las nuevas conductas.
Asociación a cosas agradables o divertidas
Es de suma importancia asociar esos estímulos que a nuestro hijo le provoca temor a otros con los cuales se divierte, como por ejemplo algún juego. Un ejemplo puede ser que si el niño tiene miedo de la oscuridad, empecemos a jugar con él al “cuarto oscuro”, de manera que ya no lo interprete como una amenaza si no como un momento divertido con sus padres u otros amigos.
Eliminar el refuerzo negativo
Aunque nos cueste esfuerzo, no es una buena idea ceder para tranquilizar a nuestro hijo, pero sí ayudarle por otros métodos a que se tranquilice a sí mismo. De esta manera no le haremos una persona dependiente para llegar a esa calma.
Reforzar de forma positiva
Siempre que el niño afronte una situación que teme, mostrando signos de valentía, es bueno que obtenga un refuerzo por nuestra parte sino lo obtiene naturalmente de la propia situación. Al principio podemos hacerlo de forma material (caramelos, pegatinas…) y más tarde en forma de elogios y atenciones, que son mucho más efectivos ya que señalan directamente a la tarea y la asocian con emociones positivas.
Técnicas de relajación
Son un maravilloso complemento para que los niños aprendan a manejar su ansiedad. Lo mejor es adaptarla a la edad del pequeño, de manera que también podamos practicarlas con ellos en forma de juego.
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